jueves, 25 de octubre de 2007

Historias que la gente cuenta.

Hoy haciendo tiempo después de la comida decidí meterme al podólogo a tratarme las callocidades de los pies, ya que debido a tanta corrida y entrenamiento necesitaba tonificar con limpieza y masaje.
La decisión fue un acto impulsivo, sin buscar nada en especial.
Me recibió una señora jetona y gorda y pensé que ella sería mi "terapeuta".
Pues no, salió de una puerta una mujer joven, espigada y alta como de unos treinta y algo y me dijo que pasará a su cubículo al tratamiento.
Entré me ofreció un té de manzanilla y en lo que lo fue a preparar me quité los zapatos y los calcetines y me acomodé en el sillón especial.
Podría decirse que se parece a un consultorio dental pero con fines más técnicos y prácticos.
El lugar estaba limpio y esa fue la razón que me agradó.
La mujer llegó con el té y cerró el cubículo y ya estaba con los pies desnudos.
Empezó su trabajo y como los peluqueros de antaño empezamos a platicar.
Como soy mas bien de dar cuerda y luego escuchar, le platiqué que estoy haciendo en Puebla y luego le pregunté si ella era local.
Me dijo que era de Aguascalientes pero que realmente venía de un lugar de Indiana y que se había regresado después de vivir siete años allá porque su esposo quizo iniciar un negocio hace dos años en Puebla y decidieron regresarse.
La veía muy despreocupada platicando y la observaba detenidamente.
Una mujer con una belleza mexicana, apiñonada, alta, delgada y muy femenina y con personalidad.
Me comentó que no estaba contenta con el regreso a México ya que en Estados Unidos ganaban más y ya estaba más habituada a esa vida, inclusive me contó que sus dos hijos extrañaban a sus amigos.
Me relató como a los veintitantos años se fue con una amiga por la frontera y cruzaron valles para llegar con los polleros y luego hacer la conexión en Phoenix Arizona.
Me comentó que volvería a hacer la travesía si fuese necesario, si es que las cosas no funcionaban en Puebla (en donde aparentemente a su marido no le estaba yendo como lo había planeado).
Con cuidado y paciencia me hacía el tratamiento y cortaba, pulía y me pasaba una hoja lija circular con un taladro.
Me daban cosquillas y ella se reía.
La plática no fue profunda ni mas allá de lo que uno puede platicar en media hora.
Pero me gustó esa mujer, me gustó su belleza, su sonrisa y sobretodo su filosofía de la vida.
La filosofía de progresar sin importar el lugar o las circunstancias.
En introspección pensé en lo interesante que sería conocer a alguien así, alguien que apoye, a alguien que le entre al toro.
El marido debe sentirse respaldado por esa mujer.
Deberá cuidarla porque de esas ya no hay muchas.

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