viernes, 25 de febrero de 2011

CAPITULO 2. LA FIESTA.

a Truman Capote.

Las puertas de caoba se abren ante mí después de que las urracas llevaran el automóvil a estacionar, preferí entrar solo que ser escoltado por esas aves de mal agüero y evitar las miradas suspicaces y burlonas de algunos compañeros que sentados ya en el festín pudieran malinterpretar un accidente involuntario de mi parte al dar a entender que yo era un cuervo parlanchín y es mejor que ellos estén bajo mi escrutinio y mis miradas inquisidoras a sabiendas de sus pasados y ellos desconociendo el mío.

Mesas circulares sin cabecera, democráticas, concentran grupos de personas desconocidas para mí, que circundan pequeños lunares de parejas conocidas aquí y allá.

Veo a mi derecha a Gonzálo, siempre con su aire de aburrimiento y su rareza como persona, siempre distante y gris para mí, nunca he podido cruzar mas de cinco minutos charla alguna con él. Lo veo saliendo y cruzándose en mi camino, fingiendo no verme, yo solamente le doy una palmada en el brazo y volteo la cara como diciéndole: tampoco me importa verte.

Bajo dos escaleras y estoy a nivel de todos, de ricos, de pobres, de viejos, de jóvenes, de niños.

Voy directo a la mesa de los novios y saludo a Pedro afectuosamente y a su virginal Teresita. A ella la veo feliz, radiante, plena, como diciéndose mira Raúl conseguí el objetivo tan anhelado, ahora si ya te podré saludar como la señora de tu amigo y estaremos ya en estados contrarios, porque ahora estoy con alguien y tu estás solo. Mira que solo estas.

Yo le veo los pechos que como dos toronjas grandes se descubren en medio escote, enseñándose jugosos y carnosos como en el estante de un mercado y me digo, ya veo porque Pedro se malviajaba en esos viajes interminables por carretera para verlos, para soñar con ellos, para tenerlos en su boca y chuparlos y mamarlos en un sueño interminable que lo transponía con su niñez, con la idea de felicidad que tenemos todos cuando mamamos las tetas de nuestras madres y nos alimentamos y crecemos en eses sueño maternal de ternura y de amor eterno.

Giré 180 grados y me dispuse a buscar un lugar donde sentarme, vi a Neto con sus orejotas que como radares determinaban movimientos de posibles objetivos y me acerqué a su mesa a saludarlo, le extendí la mano y luego me acerqué a su estirada esposa la cual con un ademán ya manejado y aprendido a través de su vida, me saludo de la manera mas propia y convencional posible, y yo también haciendo lo mismo, recordando mi educación y evocando cuando saludaba de niño a mis tías que usaban los mismos vestidos, aretes y que olían a los mismos perfumes que esta señora.

Con una sonrisa me aleje lentamente de su mesa.

Sabía que Pedro dentro de su sentido político de la vida, me pondría en una mesa armónica con mi manera de ser, no importando si son extraños para mí, pero efectivamente esa mesa estaba ahí dispuestas, mientras las urracas efusivamente me señalaban mi lugar y me decían, aquí está tu lugar y el de la Beba.

Otra punzada señalaba que todo era un plan orquestado, para que yo llegará y justificará mi soledad con la soledad de la Beba.
La Beba, tan frondosa, tan cachonda, tan maciza y tan estúpida, con un nivel intelectual que raya en lo absurdo, en la pendejez absoluta.
Nadie sabía que yo un mes antes en diciembre en un restaurante italiano y después de muchos años de salir con ella una vez al año, me despedía afablemente de ella en buenos términos para siempre no sin antes recibir un no rotundo para poder acostarnos en un lecho de sábanas blancas y subirme sobre su espalda y besarle desde la nuca hasta el tobillo dejándola mojada con mi lengua, ensalivándola, de esos placeres no tuve derecho y oportunidad ya que ella solo sale con hombres casados, ganaderos y con mucho dinero que le dan ese aire majestuoso de la señora que alguna vez fue en las playas mas recónditas del país y del continente.

Pero yo que tenía que darle explicación a esas urracas, parlanchinas, así que a sabiendas que no vendría me senté en medio de dos sillas vacías.

Enfrente de mi estaba la guapa y simpática Lucía, bonita, ya pasada de talla, pero muy femenina y bella para mí, con su esposo Sergio, siempre despistado de tener una mujer que fue una de las personas mas atractivas de la generación.
La evocación de su belleza me trae nostalgia y recuerdos tristes, porque significa la inmediata percepción de mi amigo de juventud Juan que fue su eterno amor.
Juan que podría estar sentado con ella y que en esos momentos en mi mente está sentado, siendo joven, fuerte, vigoroso traspasando la edad y nosotros siendo unos viejos que nos desgastamos con el tiempo lo vemos ahora de sus eternos 24 años, edad límite en su vida en la que decidió quitarse la vida, ahorcándose en la regadera de su baño.

Me tragó mi saliva un poco y siento el deseo de beber una copa.

Las urracas, Lucía y Sergio y Emilio.

Otro soltero, con cara de malo, de esos malos que saben ser seductores de oficio de mujeres.
Con sus ojos claros de Lince, verdes, engatusadores.
Vestido como un gangster de la mafia siciliana, con camisa negra desabotonada, saco negro y clavándole la mirada a Martha urraca pensando en clavarsela ahí mismo en la mesa, y nosotros viendo como escribanos relatores de su eterna energía.

También llegó Beto, el eterno amigo de Lucía, el típico hombre calvo, que se ve deprimido del abandono de su mujer, hace mucho tiempo atrás, aburrido y prejuicioso, de ideas cerradas a cualquier cambio posible o probable, me saluda con educación y yo lo saludo a él también, pero yo busco a un mesero porque lo que quiero es comenzar a tomar una copa de vino frío porque me empiezo a desesperar de mi cansancio, de estar ahí, de mi cerebro que empieza a convulsionarse ya acelerarse a mil kilómetros por hora.

Siento que alguien me toca la espalda y es Geña con su esposo que parece luchador de sumo japonés, un gordo inmenso que me imagino no se ve el pito en años.
Geña tan hermosa, tan bien cuidada, tan triunfadora, con un vestido blanco inmaculado en donde sobresale su cadera y su trasero y sus carnosas piernas de porte de una dama de los cincuenta.
Siento que está fuera de época y me abraza con aprecio, en donde el testigo es el luchador de zumo que sonríe indiferentemente a cualquier cosa que pase en esos momentos, como si estuviera pensando en alguna batalla que se dio en una guerra entre samurais defendiendo un reino a manos de invasores cristianos en la solitaria isla.

En otra mesa vecina y sin dejar de observarme, sintiendo la envidia de que yo esté sentado al lado del amor de su vida, está Manuel y su esposa que miran como testigos lejanos nuestra mesa preguntándose probablemente porque no fueron escogidos al sentarse en esta mesa privilegiada de energías dinámicas, que como pavorreales bellos se mezclan unos con otros, claro sin considerar a las dos urracas.

Me envidia, siente que estoy usurpando su lugar, se sabe dominante de ella, me ve con desdén, porque la sigue deseando, quiere que siga siendo su novia de secundaria, cuando la controlaba, la dominaba y la sometía a su machismo de un ganadero sudoroso con olor a vaca.

Yo me percato de que su esposa me ve y por alguna razón que desconozco me siento atraído hacia ella, me fascina su cara, su corte de pelo, su mirada y yo soy el que quiere salir de esa mesa e intercambiar lugar con Manuel para que el esté al lado de Eugenia y yo de esa mujer mítica.
Ella sabe muy bien que Manuel la engaña y que nunca ha dejado de sentir algo por Geña, quién sabe a cuantas rancheras se haya cogido en su vida, pero no le importa es una inglesa de Ozuluama, güera de una belleza muy simple, muy fácil de apreciar.

Un aire de cierta tristeza invade mi cerebro, un aire nostálgico por la pérdida de la juventud me invade, pero ese aire se va cuando me traen mi tercera copa.



1 comentario:

Jo dijo...

este capítulo!! me fascino!!! fui testgo de esa fiesta me imaginé todo cada detalle... tu mirada tu desdén y tus pensamientos!!!

se pensará todo eso cuando uno vuelve a ver a gente del pasado!!!????

no te invitare a mi boda


no mejor no me caso

:)