martes, 29 de mayo de 2007

Los muchachos del otoño.

Mi mamá me despertó aquel sábado de octubre.
El favor que me pidió empezaría y tendría que hacerlo con la mejor actitud posible.
Nunca me levantaba a esa hora los sábados ya que por lo general tenía partido de futbol y tenía que levantarme más temprano.
Me metí a bañar y me arreglé para esperar a mi primo Lalo que pasaría por mí para ir al aereopuerto en la wagoon de doble tracción de su papá.

Ya arreglado, mi mamá me dijo que si quería desayunar a lo que le contesté que no tenía hambre, más bien estaba pensando ¿a dondé vamos a llevar a los mamones que vienen de México?.
Siempre hubo un prejuicio de mi parte en esa época a los güeyes que venían de México, eran muy sofisticados para mí, para mi entorno y para mi forma de ver las cosas en ese entonces.
Además siempre se burlaban de la ciudad y de la forma de ser de nosotros, era como una actitud condescendiente.

Lalo pasó por mí y adelante venía Armando, a lo que me dije: ¡Uta! que buena onda que viene el pinche árabe al menos me voy a divertir con todas las pendejadas que dice sin parar.
Los salude y nos enfilamos al aereopuerto en donde veríamos al Padre Sosa, quién a su vez le pidió el favor a mi tía Martha (mamá de Lalo) y a mi mamá si podíamos entretener a un grupo de chavos que venían del D.F. y que pasarían el fin de semana con nosotros debido a que venían de la Casa del Lago a dar un concierto de música clásica en la parroquia que tenía en construcción y cuyo concierto tenía motivos de captar recursos para la terminación de la construcción de la misma.

Como el pinche Lalo, tocaba a toda madre la guitarra y Armando era del coro Regina Coelli de la Sra. Solbes pues para ellos el ambiente artístico era algo común, a mí siempre me dió güeva todo eso ya que yo era más bien de la onda deportiva.

Vimos al padre Sosa en el aereopuerto y lo saludamos, como siempre a mí me bromeaba ya que siempre me escogía de monaguillo y me dijo: Madrugaste Raulito!, yo solamente sonreí.

En la sala de espera había otros grupos de adolescentes (todos teníamos como 18 años) esperando a otros integrantes de la orquesta ya que como muestra de agradecimiento pues iban a recibir alojamiento en varias casas.

El avíon venía retrasado, era octubre, octubre de nortes y de días con sol y lluvia.
Días de presagio, días raros, viento, húmedad, calor con lluvia.

En lo que llegaba el avión le pregunté a Lalo, oye a donde los vamos a llevar? y el me dijo al rancho de Armando!, el pinche Lalo era un cabrón bien hecho y me gustaba salir con él porque tenía don de mando y también era bien desmadroso.
Yo me imaginé lo siguiente: este cabrón lo que quiere es irse bien lejos y que lleguemos bien tarde al concierto para que nos caguen a todos, esa era una de las formas de manifestar la rebeldía que siempre tuvo para con todo.

Yo nadamas pensé: Pinche encabronada que se va a meter el padre con nosotros.

Cuando el avión empezo a dar vueltas por el aereopuerto, Lalo me dijo: hay vienen los maestros, vamos a divertirnos el día de hoy.

Esperamos a que llegaran y un grupo de treinta chavos llegaron a la sala, todos vestidos con pantalón de salir (así le decíamos a cualquier pantalón que no fuese de mezclilla) y todo el equipaje relacionado con el instrumental.
Arpas, Violines, Chellos, etc.
Algo en lo que me fijé fue que todos tenían el cabello largo, como melena de roqueros y todos eran delgados tirando a flacos, eran muy diferentes a nosotros!.

El padre nos presentó a nuestro grupo, eran cuatro, dos eran hermanos y eran los cuatro más grandes que nosotros.

Depués de que esperamos a que un camión se llevará todo el instrumental nos dispusimos a ir a la wagoon y salir al rancho.

Los cuarto güeyes solamente hablaban entre ellos y no nos pelaban.
Cuando se treparon a la camioneta uno de ellos dijo: Nos gustaría ir a la playa.

El pinche Lalo les dijo que no, así terminantemente, ¡No!. Vamos a ir a un rancho que está a la salida y está bien chingón.
El más grande de ellos les dijo, no queremos ir a ningún rancho, queremos ir a la playa y si no nos llevas nos vamos nosotros en un taxi.

Ahí empezaban los pedos, Lalo les dijo que era muy poca madre! que vinieran a una ciudad que no era de ellos a poner condicones y ahí se armó la pinche discusión entre Lalo y el mayor de ellos.

A mi siempre que Lalo discutía me daba miedo porque era bien violento, pero en esta ocasión se calmo y dijimos, pues ni pedo, vamonos a la playa.

Yo solamente dije, nos vamos a atascar porque la arena en esta epoca está bien suelta y húmeda.
Afortunadamente la wagoon tenía doble tracción, ¡Todavía no se inventaban las 4x4!.

Ni pensar en nadar, simplemente eso era impensable, por lo que nunca pensamos en ir a nuestras casas por los trajes de baño.

El mar en octubre.
La playa en octubre.

El mar en octubre es el más traicionero de todos porque las corrientes del polo norte hacen que la resaca sea más fuerte que en otros meses, además en el fondo de la playa se forman hoyos, lo que comúnmente llamamos como "fosas".
El mar se vuelve traicionero y puede que te lleve a una fosa en donde es como una alberca pero con corriente hacia el fondo y hacia el mar.
En algunas ocasiones te revuelve y te traga, para luego escupirte más al fondo y más alejado de la orilla.

Lalo, Armando y yo, habíamos caído inumerablemente en las fosas y sabíamos que había que ser muy paciente para salir, no apanicarte y literalmente dejar que el mar te llevará adentro y luego las olas a fuera.

Cuando llegamos ya eran como las doce y media del día y a Lalo se le ocurrió irnos hacia la izquierda de la playa, yo le dije no mames güey, vamonos a la derecha, al malecón, ahí hay gente y al menos hay puestos de comida.
El pinche Lalo no me contestó y nos fuímos a la izquierda junto al recreativo, donde el mar es más cabrón que en el otro lado.
Nunca supe porque se obstinó en ese lado.

Antes ya habíamos comprado unos refrescos y unos pollos rostisados.
La comida distendío los ánimos y ya el trato fué más cordial entre todos.

Armando ayudaba mucho al respecto con sus bromas y comentarios.
Siempre fue un excelente catalizador social.

Las cosas empezaron a mejorar y la platica ya fluyó sin problemas.

Comimos, comimos fuerte y nos sentamos en los troncos de los árboles que el mar escupía en esa época del año. Troncos de árboles fuertes que venían del río arriba y que este arrojaba al mar para regresarlos a la playa.
Siempre me gustaban esos troncos porque algunos eran de árboles completos y muy grandes, además te encontrabas muchas cosas raras en la playa como lámparas de mano, herramienta, botellas de vino, latas de conservas cerradas y varias cosas que tiraban los barcos rusos, griegos, orientales los cuales veíamos siempre como puntitos en la lejanía, como una parte constante del paisaje.

Sinceramente nos empezábamos a aburrir cuando veo que ellos se empezaron a desnudar y a sacar de sus maletas los trajes de baño, y me empecé a poner nervioso.
Lalo, Armando y yo nos vimos a la cara y nos dijimos, estos güeyes se van a meter al agua y va a ser inutil que tres cabrones como nosotros lo impidan.

Al menos el pinche Armando abrió la boca y les dijo: Si se van a meter al mar, al menos esperen una hora y media para que les haga la digestión. Palabras que todavía no terminaba de articular cuando estos cuatro pendejos ya estaban con el mar a media panza.

Nosotros callados los observabamos desde la orilla y ya no platicábamos.

El tiempo pasó y todo estaba en orden.

Lalo y yo nos tiramos en la arena arriba de unas hojas secas como colchón y empezamos a platicar, Armando con los pantalones hasta la rodilla se mojaba las piernas.

Ya nos estabámos durmiendo cuando el pinche Armando llegó hecho la madre gritando:
¡Se están ahogando!
¡Se están ahogando!

Lalo y yo nos levantamos hechos la madre y como bala nos acercamos a la orilla.

Efectivamente, estaban como a cincuenta metros de la orilla y uno de ellos estaba literalmente yéndose al fondo.

Una sensación de vértigo nos inundó y Lalo pensó, me voy a ir a la camioneta a buscar ayuda.

Sabíamos perfectamente que la salvación era muy remota.

Lalo salió disparado en la camioneta al malecón en busca de vendedores de mangos y rancheritos.

Ellos son muy buenos para nadar y en ese tiempo eran los salvavidas de la playa.

Mientras tanto Armando y yo nos fuímos metiéndo al mar.

Le dije a Armando, sabes que, vámos a regresarnos y a meternos en calzones porque el peso de la ropa mojada nos va a resultar en contra.

Nunca me había metido al mar en calzones, nunca me había metido al mar sin esperarme las dos horas de digestíon.

El agua estaba fría, y había fosas pequeñas a cinco metros de la orilla, se sentían.

Nos metimos corriéndo en chinga y nos aventamos de clavado para tratar de alcanzar la primera playa.
Así le decíamos a las formaciones naturales que la arena hacía, formando bancos que te permitían pararte con firmeza metros adentro conformando piscinas entre una playa y otra.

Por lo general se formaban dos o tres playas cada diez metros.

En esta ocasión solamente había una.

En la segunda playa estaban tres y Armando y yo les dijimos que se salieran para evitar congestión por la adrenalina y lo frío del mar.

Uno de ellos era el hermano mayor que veía como su hermano se lo tragaba el mar.

Armando y yo nos concentramos en los otros dos y los convencimos de salir.

Ahora nosotros eramos los que dabamos las órdenes.

Yo le dije al otro, no te vayas a mover y esperános aquí.

Va a venir ayuda, no te vayas a mover. Aguanta.

El gritaba como loco y no me hacía caso.

Se fue metiéndo con la idea de salvar a su hermano.

Lalo llegó con la camioneta y con cinco vendedores los cuales sin pensarlo dos veces se metieron en chinga.

Eran fuertes y nadaban muy bien.

Todos los locales nos reunímos en la primera playa para ver la estrategía.

Ellos nos viéron como diciendo esto no tiene solución, solamente tendremos que rescatar el cuerpo.

Me cagué del miedo.

Los dos hermanos al fondo, un hermano al fondo.

Ya no veíamos mas que a uno.

No sabíamos cual de los dos era.

Las olas lo empezaron a aventar hacia la orilla pero en linea inclinada esto es, nos tuvimos que recorrer a la izquierda como ochenta metros.

Cuando estaba a tiro, pero en un lugar peligroso los cinco vendedores se aventaron y se tardaron como una hora en llegar a él y sacarlo.

Estaban exhaustos, rescataron con vida al hermano.

Al hermano menor, al que se ahogaba primero.

El hermano mayor estaba desaparecido.

Ya eran como las seis de la tarde y no aparecía.

Hasta que lo vimos flotando como a doscientos metros del punto original.

Era un cuerpo que venía como venían los troncos de árboles.

LLegó a la orilla.

Uno de los vendedores le dió respiración de boca a boca, estaba frío, estaba azul.

El nos dijo, todavía le pulsa el corazón.

Lo cargamos y lo pusimos atrás de la wagoon.

Se lo llevó Lalo con Armando y el hermano menor.

Yo me quedé con los otros dos y con los vendedores.

Ellos hicieron una fogata para calentarnos.

Nos regalaron rancheritos y mangos.

Yo ya no hablé esa tarde.

¡No hablé en más de un mes con nadie!

Lalo y Armando (y el hermano menor llegaron)

El hermano mayor llegó muerto.

Todo lo demás fueron preguntas y preguntas y trámites.

A la mañana siguiente se llevarón el cuerpo en una caja de madera para México.

Todo se oscureció.

Lalo, Armando y yo no volvimos a salir juntos nunca más.

2 comentarios:

PdC dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
PdC dijo...

Poes yo ya revisé y no sé cual sea... (penita)... =S